La festividad de nuestra Señora del Rosario

Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo,

¿Alguna vez han notado que hay una estrecha conexión en los Evangelios entre María y el Espíritu Santo? En cada momento significativo de la vida de nuestra Santísima Madre, el Espíritu Santo está presente y activo. De hecho, muchos de los atributos que asignamos al Espíritu de Dios, como Consolador, Abogado y Guía, también pueden asignarse a la Virgen Madre de Jesús, cuyo tierno amor consuela, intercede y nos muestra el camino hacia su Hijo.

Mientras adoramos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, veneramos a María y a los santos. La distinción es importante. Sólo Dios merece nuestro amor y devoción absolutos. Sólo Dios ordena nuestra total reverencia y adoración. Pero el amor que tenemos por Dios está destinado a ser compartido con nuestro prójimo, con todas nuestras hermanas y hermanos en la única familia de Dios. El amor al prójimo se modela perfectamente para nosotros en la Virgen María sin pecado que fue totalmente obediente a la voluntad de Dios y que, por la gracia del Espíritu Santo, nos consuela en tiempos de dolor, intercede por nosotros en tiempos de problemas y nos guía en el camino de nuestra vida hacia nuestra patria celestial.

Nos encontramos con esta joven de Nazaret por primera vez en los textos evangélicos que proclaman: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Dios altísimo se posará sobre ti” (Lc. 1,35) y “[María] se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo… Ella ha concebido su hijo por el poder Espíritu Santo” (Mt. 1:18, 20). Es el Espíritu Santo quien consagra y hace fecunda la aceptación de María de la voluntad del Padre para ella. Ella está llena de la gracia del Espíritu Santo que la guía en todos los momentos decisivos de su vida.

La exhortación apostólica del Papa San Pablo VI Marialis Cultus (Para la Recta Ordenación y Desarrollo del Culto a la Santísima Virgen María), publicada el 2 de febrero de 1974, señala que algunos Padres y escritores de la Iglesia han atribuido a la obra del Espíritu la santidad original de María, que fue, por así decirlo, “moldeada por el Espíritu Santo en una especie de nueva sustancia y nueva criatura”. María fue concebida sin pecado por la gracia del Espíritu Santo. Ella es la nueva Eva—la madre de todos los vivientes—porque el Espíritu de Dios está con ella siempre.

Según el Papa Pablo, estos mismos escritores espirituales creían que “la misteriosa relación entre el Espíritu y María” es esencial para nuestra contemplación del misterio de la Encarnación, el hecho de que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se convirtió en un ser humano como nosotros en todas las cosas excepto en el pecado. La cooperación de María en la acción salvífica de Dios fue posible gracias a la gracia del Espíritu Santo. El Espíritu la preparó para un papel absolutamente único y sin precedentes en la historia de la salvación. También la guio y sostuvo a lo largo de su tiempo en la tierra—proporcionando a María “un carácter sagrado” como “la morada permanente del Espíritu de Dios”.

Continúe leyendo el último boletín del Cardenal Joseph Tobin

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