María: Reina de la Paz

Mis queridas hermanas y hermanos en Cristo,

En su encíclica Fratelli Tutti (Sobre la Fraternidad y la Amistad Social) #278, el Papa Francisco nos dice que la guerra es fratricidio— hermanos y hermanas que se matan unos a otros. La guerra nunca puede ser una solución aceptable a nuestras diferencias como individuos, comunidades o naciones. Una vez que hayamos aceptado el hecho de que todos somos miembros de la familia de Dios—independientemente de nuestras diferencias raciales, culturales, económicas, sociales o políticas—nunca podremos recurrir a la violencia como forma adecuada de resolver nuestras diferencias, por graves que sean. El diálogo, el perdón y la comprensión mutua deben ser la solución, nunca la guerra.

La Iglesia, cuando es fiel a su Señor, el Príncipe de la Paz, clama por el fin de los horrores de la guerra. Como dice el Papa Francisco:

Llamada a encarnarse en todo lugar, la Iglesia está presente desde hace siglos en todo el mundo, pues eso es ser “católica”. Así puede comprender, desde su propia experiencia de la gracia y del pecado, la belleza de la invitación al amor universal. En efecto, “todo lo humano nos concierne… allí donde los pueblos se reúnen para establecer los derechos y deberes del hombre, nos sentimos honrados de que se nos permita ocupar un lugar entre ellos”.

Para muchos cristianos, este camino de fraternidad tiene también una Madre, llamada María. Ella recibió esta maternidad universal al pie de la cruz (cf. Jn 19,26) y ella no solo cuida de Jesús, sino también “del resto de sus hijos” (cf. Ap 12,17). Con la fuerza del Señor resucitado, quiere dar a luz un mundo nuevo, donde todos seamos hermanos y hermanas, donde tengan cabida todos aquellos a quienes nuestras sociedades descartan, donde resplandezcan la justicia y la paz.

María habla de paz. Ella nos exhorta a nosotros, sus hijos, a reconocer que todos somos miembros de una misma familia y a construir comunidades “donde haya sitio para todos” y “donde resplandezcan la justicia y la paz”.

Construir comunidades que promuevan la armonía y el bien común de todos requiere que nos escuchemos unos a otros y entablemos un diálogo respetuoso. La práctica de la oración contemplativa de María, combinada con la acción fiel en favor de todos sus hijos, debería animarnos a decir la verdad con amor y, al mismo tiempo, a negarnos a descartar de plano las creencias y prácticas de quienes piensan y actúan de manera diferente a la nuestra.

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