María, los Santos, y el Llamado Universal a la Santidad
Mis Queridas Hermanas y Hermanos en Cristo,
La semana pasada, el calendario litúrgico de la Iglesia nos invitó a celebrar la Solemnidad de Todos los Santos el 1 de noviembre y la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos el 2 de noviembre. La transición del mes de María (octubre) al mes en el que damos gracias por todos los dones de Dios—empezando por la comunión de los santos—es perfecta. Después de todo, María es la reina de todos los santos y el consuelo de todos los fieles difuntos, especialmente de aquellos que aún están expiando sus pecados.
María, la Madre de la Iglesia, fue una figura importante en las deliberaciones del Concilio Vaticano II. La “Constitución Dogmática sobre la Iglesia” del Vaticano II, “Lumen Gentium”, dedica un capítulo entero a María, “signo de verdadera esperanza y consuelo para el pueblo peregrino de Dios”. El papel de María en la historia de la salvación (pasado), en la vida de la Iglesia hoy (presente) y como signo del mundo venidero (futuro) es fundamental para comprender—y aceptar—la voluntad de Dios en nuestra vida cotidiana.
María vivió en una época tumultuosa de la historia de la humanidad. La libertad religiosa estaba amenazada. Los pobres, los enfermos y las personas que, por diversas razones, se encontraban al margen de la sociedad eran perseguidos, maltratados o desatendidos. María, una judía devota, estaba rodeada de la hipocresía, la intolerancia y el engrandecimiento de los líderes políticos y religiosos de su tiempo, que no ayudaban a su pueblo a ver la verdad.
¿Cuál fue la respuesta de María? La aceptación fiel de la voluntad de Dios, la dedicación a su familia y el servicio a los demás. Aunque el mundo a su alrededor era un caos, María permaneció fiel.
Todos los santos, vivos y difuntos, miran a María para encontrar el camino hacia Jesús, su Hijo divino. Miramos a esta sencilla mujer de Nazaret para aprender a vivir como Cristo quiere que vivamos, como santos, mujeres y hombres santos que responden con valentía e integridad a las exigencias del Evangelio.
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