La paz, la obra de la justicia y el efecto de la caridad
Mis queridas hermanas y hermanos en Cristo,
Durante mi tiempo de servicio a mi orden religiosa, la Congregación del Santísimo Redentor (Redentoristas), tuve el privilegio de viajar a más de 70 países diferentes en partes muy diversas del mundo. A pesar de las muchas diferencias que observé en lugares donde había distintas culturas, lenguas, estructuras políticas y religiones, descubrí que una cosa que todos tienen en común es el deseo de paz.
La paz ha vuelto a resquebrajarse en la tierra considerada sagrada por el judaísmo, el cristianismo y el islam. Los hijos de Dios están de nuevo en guerra unos contra otros, haciendo que su esperanza común de paz parezca inalcanzable. Como ha dicho el Papa Francisco, “La súplica de paz no puede ser suprimida: surge del corazón de las madres; está profundamente grabada en los rostros de los refugiados, de las familias desplazadas, de los heridos y de los moribundos”.
La paz es un concepto tan sencillo y universal. ¿Por qué es tan difícil alcanzarla—en nuestra vida personal, en nuestras familias, en nuestros barrios y en nuestro mundo?
La paz es la ausencia de violencia, pero también es mucho más. San Agustín la llamó “la tranquilidad del orden”, que es sin duda un aspecto importante de la paz.
Cuando estamos en paz, no estamos llenos de ansiedad; nuestros hogares no están llenos de fuertes discusiones y discordia; nuestros barrios son seguros y están bien ordenados, no son amenazadores ni caóticos; y las naciones, razas y pueblos conviven en armonía y respeto mutuo sin sufrir los horrores de los prejuicios, la enemistad o la guerra.
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