Padre Pedro, querido amigo, hasta luego

Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Puedo escribir los versos más alegres esta noche.

Alguien a quien admiro y quiero se ha marchado al cielo,  en un viaje con décadas de preparación , pero ligero de equipaje.

Ha emprendido el vuelo de un pájaro solitario,  como  se titula uno de sus libros favoritos.

Ha cambiado de forma, no de esencia.

Nos queda el perfume de las colonias que se solía aplicar. El olfato  tiene memoria. Hoy repican en ella sus enseñanzas.

Sus homilías eran  siempre nuevas y  frescas. Eran elevadas, pero nunca más altas de nuestro entender.  Las aterrizaba  a nivel de oficinas, fábricas y bodegas de barrios.  Las concluía con dos puntos suspensivos, pues el postre era el chiste, el cuentecito, tan anticipado por la feligresía.

Cumplió su misión con “noble hidalguía “. Lo hizo bien y a su manera.

¿Cómo puedo agradecer a un sacerdote que  nos ha revelado el rostro de Dios con la delicadeza de quien pela una cebolla, capa a  capa, palmo a palmo?

No lo sé.

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