Una fiesta para los abuelos y para los ancianos

Todos hemos podido ver en las imágenes y leer en sus palabras el gran cariño que el Papa Francisco tiene por los ancianos. No pierde oportunidad para salir en defensa de las personas mayores, con frecuencia arrinconadas de la sociedad, echadas a un lado como algo del pasado. Le duele que sean víctimas de lo que él llama “la cultura del descarte”.

Sin cesar nos ha llamado la atención sobre ellos durante este año en el que tantos ancianos han sido víctimas de la pandemia, de una soledad acentuada por las circunstancias. Nos ha suplicado que los cuidemos. No por pena hacia ellos, sino porque “son un tesoro”. Y con frecuencia no apreciamos suficiente lo que tenemos delante de nuestras narices, lo que está o puede estar a nuestro lado. Como decimos a veces, no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos.

En el prólogo al libro “Francisco. La sabiduría del tiempo” del P. Antonio Spadaro, Francisco escribe que nuestra sociedad “ha privado a los abuelos de su voz…Les hemos quitado su espacio y la oportunidad de contar sus experiencias, sus historias, su vida… les hemos puesto a un lado y hemos perdido el bien de su sabiduría”.

Para el Papa Francisco el tema de los ancianos es algo personal. No sólo porque ya es octogenario y se reconoce parte de ese grupo. (Hace años en una audiencia recordó que en Filipinas le llamaban “Lolo Kiko”, abuelo Francisco.) Es un tema que siempre ha estado en sus labios porque valora lo que ellos han dado y siguen dando.  Tal vez sea por la huella que dejó en él su abuela Rosa, grabada en su corazón para toda su vida. “Las palabras que mi abuela me dejó por escrito el día de mi ordenación sacerdotal las llevo todavía conmigo, siempre en el breviario, las leo a menudo y me hace bien”. Y se le quedaron también grabados sus abrazos. Porque los abrazos de un abuelo o de una abuela nunca se olvidan, nos recordaba en Amoris Laetitia.

Francisco siempre ha llamado a reconocer y poner bien alto la memoria y los sacrificios de las generaciones pasadas. Ellos, con su cercanía ayudan a soñar, a la vez que son las raíces del árbol de la fe. Su memoria no se puede echar a un lado, porque sin ella el árbol no puede florecer. “Poetas de la oración” –les llamaba hace unos años– “”hombres y mujeres, padres y madres, que estuvieron antes que nosotros en el mismo camino, en nuestra misma casa, en nuestra diaria batalla por una vida digna”.

Por eso no nos extraña que el pasado domingo, 31 de enero, el Papa Francisco anunciara la institución oficial de la jornada mundial de los abuelos y los ancianos, que se celebrará cada año el cuarto domingo de julio. Muy cerca de la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, los abuelos de Jesús.

“Es importante que los abuelos y los nietos se encuentren, porque, como dice el profeta Joel, los abuelos ante los nietos soñarán y tendrán ilusión y los nietos ante los abuelos irán adelante y profetizarán.”

Necesitamos abuelos soñadores, que recuerden a todos las raíces, pero que apunten hacia arriba. Abuelos no anclados en el pasado como algo muerto e insignificante, sino que cuenten su historia y se abran a nuevas historias. “Solo si nuestros abuelos tienen el coraje de soñar y nuestros jóvenes profetizan grandes cosas, nuestra sociedad irá adelante”.

Nuestros jóvenes están cargados de sueños –¡y que nunca dejen de soñar! También de inseguridades. Lo sabemos muy bien los que hace tiempo pasamos esa etapa de la vida. Por eso ellos necesitan a los mayores para tener esperanza. Porque no solo ellos sueñan. También los mayores soñamos y soñamos que ellos sigan soñando. Y que no se cansen de recordárnoslo. Que nos hagan mirar hacia el futuro, aunque a veces usen formas y palabras novedosas para nosotros. Pero que canten. “Si se calla el cantor, calla la vida”, nos decía hace años la cantautora argentina.

Y nos recuerda el Papa: “Para caminar hacia el futuro necesitamos el pasado, necesitamos raíces profundas que nos ayuden a vivir el presente y sus desafíos. Se necesita memoria, se necesita coraje, se necesita una utopía sana. Esto es lo que quisiera: un mundo que viva un nuevo abrazo entre jóvenes y ancianos.”

Gracias, Lolo Kiko, por recordárnoslo.

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