Un sacerdote salva un alma y sana las relaciones en una confesión. Pedir perdón y perdonar.

Días atrás se me requirió asistir, una tras otra, a dos personas, señor y señora, en estado crítico de salud, para administrarles los “santos óleos”; el sacramento, pues, denominado “unción de los enfermos”. Agradecí a los parientes que los asistían el haberme avisado. “Dios se lo pague”, les dije; y lo dije de todo corazón. Es un encuentro con Dios salvador; de última hora, por decirlo así, en muchos casos; y de importancia capital, si el sacramento de la “unción” viene acompañado del de la “reconciliación”. Con ocasión de ello entablamos, un servidor y una señora de entre los asistentes, una conversación cuyo contenido deseo trasmitir a los lectores por considerarlo edificante.

Comenzó la conversación, haciendo hincapié en la conveniencia de que,  al administrar el sacramento, toda una belleza cristiana, el sacramentado exteriorizara su “contrición”, pidiendo perdón de las posibles o reales ofensas cometidas a los presentes del entorno familiar que lo acompañen en aquel momento. No es tanto un acto de humildad sobreañadido lo que se intenta de reconocerse pecador, pues todos lo somos, como, mayormente, la decisión saludable de solicitar de los suyos el perdón de los desacatos en su conducta, implícito ya  en el perdón que se quiere impetrar de Dios. Y es necesario notar que el perdón, que por nuestra parte se confiera, en nombre de Dios sin duda alguna, libera al enfermo de un gran peso en su conciencia, ¡saberse sinceramente perdonado por los asistentes de toda inconveniencia que contra ellos haya cometido es algo que toca sin duda lo divino! ¿No es esto un acto de caridad liberadora en momentos tan densos y críticos, como los de una enfermedad grave, a punto en muchos casos de entrar definitivamente en presencia del Todopoderoso, Padre de todos?

Y, dando un giro, copernicano por así decirlo, ¿no será de gran eficacia liberadora que los presentes soliciten del sacramentado, por su parte, un cordial perdón de todo aquello que hayan cometido contra él en su convivencia familiar? Función liberadora a su vez, respecto a los circunstantes, auténticos “concelebrantes” en la administración de tan saludable sacramento; con el sacerdote, allí actuante, son Iglesia que opera en nombre de Cristo la salvación. ¿No sucede con harta frecuencia que nos desasosiega penosamente durante toda la vida el recuerdo de desacatos que hemos podido haber cometido contra, pongamos por ejemplo padres, hermanos, esposo, esposa, y que se quedaron sin reconocerlos y sin haberlos presentado ante ellos para recibir de su parte el deseado perdón? Así como nuestro perdón libera, con Dios de fondo, así también, de manera patente, el que él, el sacramentado, nos conceda, con Dios y también al fondo, su perdón es altamente liberador con toda verdad y razón. Pena es que no aprovechemos toda la riqueza salvadora de este precioso sacramento que nos legó el Señor.

Por eso es conveniente, con fuerza sanante, conferir el sacramento con toda dignidad y competencia: conciencia suficientemente clara de lo que se recibe, por parte del enfermo y de los presentes, ambiente de oración – ¡es un sacramento!-, y deseo sincero de unos y otros de encontrarse con el Dios del perdón, dando y recibiendo los unos a los otros el abrazo sincero de reconciliación. 

Recuerdo a este propósito el momento en el que nuestro P. Mariano, hace días proclamado oficialmente “Venerable”, durante la recepción de la Unción de los Enfermos, en nuestra capilla de España, dentro de la celebración de la santa misa, se puso de pie y, con toda humildad y transparencia, pidió perdón de sus faltas a toda la comunidad religiosa allí presente. Le pido a Dios me conceda esa gracia a mí, pecador como soy: pedir perdón en esos momentos a todo aquel que se halle presente y, simultáneamente concederlo por mi parte de todo corazón a todos aquellos que pudieran sentirse deudores de mi persona. Acto grandioso de cristiana liberación. Amén.


Foto principal: El padre de Maryknoll, Mike Bassano, bendice a Veronica Bol, una mujer desplazada que acaba de dar a luz a mellizos, en un hospital del ejército indio dentro de una base de la ONU en Malakal, Sudán del Sur. (CNS foto/Paul Jeffrey)

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