Reflexiónes de Cuaresma de los obispos auxiliares de Newark
Reflexión de Cuaresma por: Obispo Manuel Cruz
Esta ha sido mi meditación durante esta Cuaresma. La parábola del hijo pródigo es muy querida para mi desde mis días en el seminario.
Esta reflexión tiene poder, viniendo de la voz del Cardenal Martini:
Señor, nosotros tratamos de identificarnos con el hijo que no actuó como un necio y fue fiel a su tarea. Permítenos descubrir, que ante tu infinito amor, somos unos hijos pródigos que siempre derrochamos tus maravillas. Que al reconocer nuestros pecados, solo así seremos participes en el banquete que tú nos has preparado para la eternidad por los siglos de los siglos.
Cuaresma es tiempo de llegar a lo profundo de nuestro corazón y permitirle a Jesus entrar y que se sienta como en casa con nosotros.
Las riquezas inconmensurables de la gracia y la misericordia de Dios: Una reflexión cuaresmal
Por: Obispo Elias R. Lorenzo, O.S.B.
En la temporada cuaresmal, la Iglesia nos llama a explorar las inconmensurables riquezas de la gracia y la misericordia de Dios, como leemos en la Carta a los efesios: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo” (Ef. 2: 4-5). Además, en la Primera carta de Pedro leemos: “Bendito sea Dios, Padre de Cristo Jesús, nuestro Señor, por su gran misericordia. Al resucitar a Cristo Jesús de entre los muertos, nos dio una vida nueva y una esperanza viva” (1 Pe. 1-3). Y también, el salmista: “El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia” (Sal. 103: 8; Sal. 145: 8).
Bendecimos a Dios y alabamos el nombre del Señor, porque Dios nos ha mostrado su gran misericordia una y otra vez. A pesar de nuestras culpas y pese a nuestra fallida naturaleza humana, la misericordia siempre triunfa sobre el juicio (Am. 7:9; St. 2:13). Durante estos días de la Cuaresma, nos unimos al salmista quien inspiró la oración y la actitud del mismo Señor, y quien ahora guía e inspira nuestra oración en los salmos que la Iglesia nos presenta en la Liturgia. El salmista reza:
• Ten piedad de mí, O Dios, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas (Sal. 51, 3, 1).
Otra vez,
• Porque la palabra del Señor es recta y él obra siempre con lealtad (Sal 33, 4).
De nuevo,
• Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor, porque son eternos; No recuerdes los pecados ni las rebeldías de mi juventud (Sal. 25, 6-7).
Reiteradamente,
• El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia. El Señor sostiene a los que caen y endereza a los que están encorvados (Sal. 145, 8, 14a).
Una vez más,
• Espere Israel al Señor, porque en él se encuentra la misericordia y la redención en abundancia: él redimirá a Israel de todos sus pecados (Sal. 130, 7-8).
El llamado del salmista es claro: ¡Misericordia para los pecadores! ¡Misericordia para mí, pecador contrito! ¡Misericordia para todos! Dios Padre, conoce la indefensa condición de nuestra fallida humanidad y aun así, nos mira con compasión y no con condenación. Y en su grandioso misterio, Dios actuó para hacer algo acerca de nuestra fallida condición humana. Él restauró en cada uno de nosotros su propia imagen y semejanza divina, por medio de la resurrección de Cristo de la muerte. Si este hecho no nos da esperanza, ¡pues nada lo hará!
¡Bendito sea Dios que es rico en misericordia! ¡Esta es la razón para tener esperanza! El salmista enseña: Den gracias al Señor porque ¡es eterno su amor! ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! (Sal. 118: 4, 29). Si verdaderamente creemos y estamos convencidos de que la misericordia de Dios es eterna, entonces debemos tener esperanza, debemos regocijarnos. Gracias al gran amor de Dios por nosotros, se nos dio una vida nueva y una esperanza viva y somos una nueva creación. ¡Lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente en Cristo! (Ap. 21:4). La Cuaresma es un momento venturoso para “revestirnos” del Señor Jesucristo (Rom. 13:14), o como el apóstol lo ha dicho en todas partes, crecer al estado de hombre perfecto a la plenitud de Cristo (Ef. 4:13). Esta es la vida de cada discípulo, pero especialmente durante la Cuaresma: queremos asemejarnos a Cristo hoy más que ayer y todavía más a Cristo mañana que hoy. La Cuaresma es una época favorecida para recuperar esa imagen divina en la cual hemos sido creados y en la cual hemos sido redimidos en Cristo.
¡Bendito sea Dios que ha hecho todas las cosas nuevas en Cristo! Por ese renacer, compartimos en la vida de Cristo desde ahora y en la eternidad. Esa es la viva esperanza que debemos reclamar hoy y todos los días. La esperanza de nuestra vida en Cristo, la esperanza de la salvación, la esperanza de la vida eterna, que misteriosamente ya ha comenzado y sigue viva en aquellos bautizados en Cristo.
Por tanto, tenemos esta viva esperanza, y no es simplemente la esperanza de algo mejor. La esperanza de la salvación que tenemos se cala y extiende en cada parte de nosotros y en todo lo que hacemos. No somos como aquellos que no tienen esperanza (1 Tes. 4:13). Con la viva esperanza, vivimos nuestras vidas ahora para la eternidad para la cual fuimos creados. Y esta esperanza viene por medio de la resurrección de Jesús de entre los muertos. Él venció la muerte y con ella rompió su dominio de la humanidad. Y entonces, podemos confiar que él también vencerá la muerte para nosotros, la muerte al pecado en nosotros y alrededor de nosotros y para todos los que confiamos en él. Nuestra esperanza se basa en esta nueva vida en Cristo.
La misericordia es la única lupa o cristal con el que el Papa Francisco entiende la misión y el ministerio de la Iglesia. Así que, es adecuado reflexionar juntos en la misericordia que da luz a la esperanza. La esperanza, parece ser, que puede ser la más olvidada de las virtudes teológicas. Se ha escrito en cantidad sobre la fe durante siglos y hoy en día. Todos quieren hablar sobre el amor. Pero entre la fe y el amor encontramos la virtud de la esperanza. Está en el medio porque une a la fe y al amor juntas. El autor y poeta francés Charles Péguy, en su extenso poema titulado: El portal de la esperanza, habla de ella como la hermanita más pequeña de la fe y del amor, caminando entre sus dos hermanas mayores que van sosteniéndola de sus manos y siendo poco notada por nadie. Él dice de ella: “es ella, la más pequeña, la que las lleva a todas. La fe ve lo que es; la caridad ama lo que es. Pero la esperanza ama lo que será. En el tiempo y por la eternidad”.
Cristo, la encarnación de la misericordia de Dios, es la fuente de nuestra esperanza. Esta entonces se convierte en la base que inspira nuestra fe y aviva nuestro amor, a nuestro amor por Dios, al amor de Dios en nosotros y por nosotros, y a nuestro amor por toda la vida y la creación. La esperanza es la fuerza atrayente, o como lo dice Lewis Ford, el señuelo, el alimento para nuestra alma. Aquí la palabra “señuelo” no se refiere a la del pescador, la de atrapar al pez; sino más bien, a una hermosa obra de arte que atrae nuestro enfoque, lo deja allí fijo, y nos permite ver más y más de la profundidad del artista en su obra. El amor se apoya en la esperanza. Sin ella no hay razón para amar, porque no habría futuro por el cual vivir. La esperanza, como dice Charles Péguy, “saluda el día siempre nuevo y renovado” porque el futuro siempre es inicio.
El Papa Francisco ha dicho: “Para los cristianos, el futuro tiene un nombre y se llama esperanza”. Sigue diciendo, “La esperanza es la virtud de un corazón que no se encierra en la oscuridad, no se detiene ante el pasado, sino que sabe mirar al futuro”. Sin embargo, continúa diciendo, que ¡el único futuro que vale la pena construir nos incluye a todos! A todos nosotros: juntos. Caminamos por esta vida tomados del brazo y esa comunión genera esperanza.
En conclusión, no podemos tener esperanza, sin tener una experiencia personal de la misericordia de Dios. Cualquier experiencia de Su gran misericordia y maravillosa gracia en nuestras vidas, siempre nos llenará de esperanza. La misericordia engendra esperanza, y la esperanza no puede existir sin un encuentro con la tierna misericordia de Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien sea dada toda gloria, honor y alabanza por los siglos de los siglos. Amén.
Reflexión de Cuaresma por: Obispo Michael A. Saporito
Este año, la cuaresma empezó después de diez días de haberse jugado la final del fútbol americano ( Super Bowl). Incluso los que no son fanáticos del fútbol tienden a reunirse con amigos para mirar este partido. Otras atracciones además del juego mismo es el espectáculo del medio tiempo y por supuesto, los anuncios publicitarios. Con el alto costo de la publicidad, estos lugares codiciados son una maravillosa oportunidad para mostrar la creatividad en un gran escaparate y con una gran audiencia.
Yo digo esto, porque en todo deporte que se me ocurre hay los entretiempos para la publicidad que recauda dinero para ese deporte, pero los entretiempos también están para planear el partido que se juega.
El propósito de los entretiempos o los tiempos de descanso para un equipo es detener el juego, reunirse alrededor de su entrenador para planificar estrategias, establecer jugadas, hacer ajustes y cambiar el impulso basados en lo que está sucediendo. Estos pueden ser momentos claves para ayudar a alcanzar los resultados deseados.
En este sentido, esta es una metáfora perfecta para el tiempo de Cuaresma incluso para aquellos a los que no les interesa los deportes en absoluto. La Cuaresma está marcada cada año en base a la fecha de la celebración de la Pascua de Resurrección y se inicia en la mitad de la semana con el miércoles de ceniza. Este es como un “entretiempo” o tiempo de espera planeado en la mitad de nuestra vida diaria.
Llega a un tiempo estratégico para dejarnos listos al gran festejo de la Pascua. Esto detiene nuestras vidas para un gran nuevo inicio, llamándonos a todos juntos a comenzar este periodo intenso en nuestra vida de cristianos con el recuerdo de nuestra mortalidad en las cenizas. Nosotros retornaremos al polvo del que fuimos formados excepto por el don de la salvación ofrecido en Jesucristo.
En lugar de reunirnos alrededor del entrenador o líder del equipo, nosotros estamos llamados a acercarnos a Jesus durante este tiempo prolongado para obtener la inspiración y la gracia de la sanación.
La observancia de la Cuaresma nos ayuda a evaluar, mirar hacia atrás, escuchar nuevas direcciones y ajustar el rumbo haciendo ajustes o cambios en nuestras vidas. Estos cambios pueden representar pensamientos, palabras y hechos reales. Ciertamente estamos llamados a alejarnos del pecado, pero también siempre estamos determinados a ir hacia Jesús con lo mejor de nosotros mismos. Esto implica trabajo, esfuerzo y gracia. Muy diferente de los entretiempos de cualquier juego, este receso se extiende por un periodo de más de cuarenta días, permitiéndonos establecer modelos y direcciones que ojalá continúan influenciando cuando este tiempo de cuaresma haya terminado.
La Cuaresma no intenta ser temporaria en este respecto. Idealmente no queremos ver a la Cuaresma como cualquier otro tiempo del año. Hemos recibido la ceniza, ayunado, rezado y nos hemos abstenido, para empacarlo todo y guardarlo hasta el próximo año. En efecto, la Cuaresma es un retiro incorporado a cada año, destinado a expandir nuestras mentes, corazones y acciones. Es un llamado a crecer en la santidad no simplemente añadiendo religiosidad y rituales por un corto periodo de tiempo solamente y esconderlo el resto del año. En este camino de la vida, de muchas Cuaresmas vividas, estas nos proveen la oportunidad de crecer como discípulos de Jesús cada vez que se presenta la ocasión.
En última instancia, este receso prolongado nos guia a celebrar el Sagrado Triduo con nuestras mentes y corazones renovados y con una comprensión firme del regalo de la salvación y la última esperanza que se nos ha dado en la Pascua de Resurrección.
“¡Entretiempo!” ¡Reunámonos! ¡Usemos este tiempo sabiamente!
Reflexión de Cuaresma por: Obispo Gregory J. Studerus
Que rápido avanza la Cuaresma, iniciamos en el miércoles de ceniza, similar a lo que hacemos en las vísperas de año nuevo, cuando hacemos todo tipo de propósitos para cambiar nuestras vidas y de pronto el tiempo a pasado. Nos encontramos aún luchando por vivir a la altura de un ideal, con hábitos y fracasos que todavía están en nosotros y parecen arrastrarnos hacia abajo.
A medida que al menos tratamos de oír mejor, escuchar la vida de Jesus y reflexionar sobre el llamado que nos hace en este tiempo de Cuaresma, necesitamos recordar permanentemente su manera de tratar a la gente, siempre considerándolos como sus hermanas y hermanos. Él nunca les condena! El tal vez reprueba e incluso condena sus acciones, pero nunca condena ni rechaza a las personas.
La mujer del pozo, Él conoce profundamente su historia; cinco maridos! A ella simplemente le ofrece el agua que da vida. La mujer sorprendida en adulterio; Él conoce su pecado, pero conoce muy bien el pecado de los que la condenan. Simplemente dice, “donde están ellos?”, “yo tampoco te condeno. Vete, no peques más”. Ve a un cobrador de impuestos, uno de esos que la gente desconfía. Él conoce sus prácticas y, sin embargo dice: “ Ven, sígueme”. Él mira a los que le maldicen y asesinan, y dice: “ Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.”
Seguramente, Él nos mira con la misma compasión, entendiendonos como luchamos en la vida, muchas veces sin saberlo, sin darnos cuenta que nos hacemos daño o hacemos daño a otros.
Pero Él nos pide que SEPAMOS lo que estamos haciendo. Él nos pide que estemos concientes y nos arrepintamos de las reiteradas fallas que tan a menudo parecen brotar de lo más profundo de nosotros, algunas necesitan que les demos la importancia que tienen. Él conoce lo más hondo de nuestro Corazón. Y conociendo nuestros corazones vulnerables Él nos tiene compasión. Él tiene compasión incluso cuando dice: “ Vete, no peques más.”
En Cuaresma Él está diciendo, “ Ve y trabaja en lo que te haz propuesto para tu vida. Y que sepas que yo estoy a tu lado para darte valor para intentarlo de nuevo. Yo estoy contigo para mostrarte un nuevo camino. Te traigo la Buena Nueva de la salvación y el perdón de los pecados.” Él dice, “Cree en mí, yo nunca te negaré.”