La misericordia de Dios se extiende a todos
Mis queridos hermanas y hermanas en Cristo,
San Juan Pablo II, en su encíclica Dives in Misericordia (Rico en Misericordia), nos recuerda que la misericordia es una característica distintiva de la comprensión judía y cristiana de quién es Dios, cómo se relaciona Dios con su pueblo y qué espera de nosotros.
“Lento para la ira y grande en misericordia” es una frase que se repite una y otra vez en las Escrituras. Las parábolas, las enseñanzas y el ejemplo de Jesús subrayan constantemente la misericordia de Dios (y su exigencia de que nosotros también mostremos misericordia). La misericordia divina tiene algo de recíproco. De quien es amado y perdonado se espera que muestre compasión y perdón hacia los demás. En la oración del Señor, imploramos a Dios nuestro Padre que “perdone nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
La pasión, muerte y resurrección de Jesús representan la máxima efusión de la misericordia divina. “Nos salvó, no porque nosotros hubiéramos hecho nada bueno, sino por su misericordia”, nos dice San Pablo (Ti 3,5). Pero si no reconocemos nuestra propia pecaminosidad y la misericordia de Dios, que es la única que puede liberarnos, permaneceremos estancados en nuestros pecados, agobiados por la corrupción de nuestra mente y de nuestro corazón, personas miserables que no pueden conocer la alegría pascual.
Como el propio Jesús, el Papa Francisco se siente cómodo con los pecadores (que no es lo mismo que condonar nuestros pecados), pero al igual que Jesús pone límite a la hipocresía, que él llama el lenguaje de la corrupción. “Eran pecadores, como todos nosotros, pero dieron un paso más allá”, dice el Papa. “Como si se hubieran consolidado en el pecado: ¡no necesitan a Dios! Pero esto es sólo una ilusión, porque en su código genético existe esta relación con Dios. Y como no pueden negarlo, crean un dios especial: ¡ellos mismos son dios, son los corruptos!”.
Para el Papa Francisco, la corrupción significa la muerte del alma, la perversión total de nuestra relación con Dios. Todos somos pecadores. Todos nos alejamos de Dios—a veces de forma seriamente grave o mortal. Pero los corruptos llevan la pecaminosidad humana “un paso más allá”. Según el Papa Francisco, han permitido que la corrosión del mal, las actitudes hipócritas y las acciones pecaminosas los transformen en “el anti-Cristo”.
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