Cardenal Tobin reflexiona sobre la gratitud y todos las bendiciones que recibimos
Mis queridas hermanas y hermanos en Cristo,
Noviembre a menudo es llamado Mes de la Gratitud. Es la época del año en que recordamos con gratitud tanto a los “santos de la puerta de al lado” que generosamente comparten con nosotros su amor desinteresado, como a los seres queridos que han muerto. Dar las gracias a las mujeres y hombres que han tocado nuestras vidas y nos han ayudado a ser mejores personas es algo que debemos hacer durante todo el año, pero es útil tener un momento específico durante el año en el que celebramos a estas personas especiales (vivas y fallecidas) que son tan importantes para nosotros.
Una de las muchas personas especiales que recuerdo durante el Mes de la Gratitud es mi predecesor como Arzobispo de Indianápolis, Daniel M. Buechlein, OSB, quien sirvió a la Iglesia en el centro y sur de Indiana durante casi 20 años, cuando las complicaciones de un derrame cerebral grave lo obligaron a jubilarse anticipadamente.
Cuando fui nombrado para suceder al arzobispo Daniel unos 13 meses después de que regresara a la Archiabadía de Saint Meinrad, su monasterio benedictino en el sur de Indiana, me sorprendió la sólida base que me dejó. Cada vez que nos encontrábamos, traté de asegurarle que mi primera prioridad era no “meter la pata”.
En 1987, cuando el Arzobispo Daniel comenzó su servicio como obispo en la Diócesis de Memphis, Tennessee, eligió “Buscar el Rostro del Señor” para su lema episcopal. Este lema probablemente vino del octavo versículo del Salmo 27: ‘Ven’, dice mi corazón, ‘busca su rostro’. Este versículo expresa un deseo. Era un deseo que brotaba de su corazón, del centro de sí mismo, de todo lo que lo hacía ser quien era. Escuchaba esa invitación susurrada—busca su rostro—todos los días. Esto dio una dirección a su vida. También dio dirección a su liderazgo pastoral de la Arquidiócesis de Indianápolis desde 1992 al 2011.
Creo que la búsqueda del rostro de Dios por parte del arzobispo Daniel invitó a la Arquidiócesis de Indianápolis a volver siempre su visión más allá de sí misma, hacia los niños, estudiantes universitarios y jóvenes adultos, personas sin hogar, prisioneros e incluso la oscura desesperación del corredor de la muerte—muchos de los nuevos ministerios que el arzobispo Daniel comenzó, y reflejaron las visitas que hizo a los reclusos que habían sido condenados a muerte en la prisión federal de Terre Haute, Indiana, a algunos de los cuales confirmó.
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