Anhelo de una política de compasión y amor

Mis Queridas Hermanas y Hermanos en Cristo,

Recién concluimos otra difícil temporada electoral, que ha amenazado con dividirnos como nación en lugar de unirnos. Ahora bien, el llamamiento es a la unidad entre nosotros, y con razón, pero si realmente queremos curar heridas y unir a personas, familias y comunidades que con demasiada frecuencia se oponen amargamente entre sí, debemos tomarnos el tiempo necesario para reflexionar sobre lo que nuestra unidad exige de nosotros. También debemos ser conscientes de las cosas que nos dividen.

Para los cristianos, la fuente de nuestra unidad es Cristo. Estamos llamados a ser uno con Él, miembros de su cuerpo y hermanos entre nosotros. Como Jesús está unido a su Padre, nosotros estamos llamados a estar unidos a él. Esta unidad está sellada por el Espíritu Santo, y está poderosamente simbolizada por la experiencia de Pentecostés, en la que personas de muchas razas y culturas diferentes que hablaban diversas lenguas escucharon la proclamación del Evangelio (la “buena nueva” de nuestra salvación en Cristo) como si lo hicieran en su propia lengua materna.

Este gran milagro de unidad con el que comienza la historia de la Iglesia en los Hechos de los Apóstoles es a la vez el fundamento y la meta para nosotros. Somos uno en Cristo y, sin embargo, debemos cooperar con el Espíritu Santo para resistir a las fuerzas de la división y construir una auténtica comunión entre nosotros.

Como ciudadanos fieles, la fuente de nuestra unidad es la Constitución de los Estados Unidos de América. Este documento histórico simboliza las esperanzas y los sueños, los principios filosóficos y los sacrificios heroicos, que se han unido durante los últimos 200 años para enmarcar nuestra nación como un faro de esperanza y una promesa de libertad y justicia para todos. Somos un pueblo libre y, sin embargo, luchamos constantemente para resistir las influencias divisorias que nos empujan hacia bandos opuestos. Para construir una Unión más perfecta, debemos unirnos, escucharnos unos a otros y trabajar juntos en armonía como compatriotas. También debemos aprender a acoger y respetar a quienes son nuevos en nuestro país y a quienes ven las cosas de forma distinta a la nuestra.

Los retos de mantener y reforzar nuestra unidad son complejos y poderosos. La solución es sencilla, pero no fácil. El amor es la respuesta. No el amor romántico o sentimental o erótico, sino el tipo de amor que busca verdaderamente el bien del otro y que sitúa el bien común de todos por encima del interés propio de unos pocos.

Continúe leyendo el último boletín del Cardenal Joseph Tobin

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