“Yo soy el Pan De Vida”: Un recordatorio que se escucha en nuestra iglesia

 La oportunidad que se me ofrece para ello es el conjunto de lecturas evangélicas que nos han deparado los domingos 18 al 21 del tiempo ordinario según el ciclo B. Van a consistir sustancialmente en la correlación, un tanto apretada, de tres frases, finales en sí de tres evangelios, domingos 18, 19 y 21. El domingo 20 quedó un tanto de lado al tema, por celebrarse en él la Solemnidad de la Asunción de María en Cuerpo y Alma a los cielos.

La primera reflexión arranca de las palabras de Jesús: “No fue Moisés quien os dio el  pan del cielo; es mi Padre quien os da el “verdadero” pan “del cielo””. Aunque  es en realidad la segunda parte de este binomio el que sustenta esta primera reflexión. Al fondo y al principio de toda acción salvadora, como podemos apreciar, se encuentra el Padre. Hemos de detenernos a contemplar y saborear este gesto del Padre, tanto más cuanto que el texto nos lo ofrece expresamente: “El Padre nos da”. En la celebración eucarística, en concreto en la comunión del cuerpo de Cristo, se presenta como inmediata y reveladora de la intimidad divina una estrecha relación del Padre con nosotros. Hemos de mirar, con gratitud y afecto filial, al Padre, como quien amorosamente alarga su mano hacia nosotros, ofreciéndosenos con paternal generosidad en el don de su Hijo; naturalmente Cristo Jesús. Jesús es, pues, según esta reflexión, el magnífico don que el Padre nos otorga, en el cual, cordialmente se entrega él mismo como don, arrastrando en ello el don del Hijo por nosotros. Puede que no agradezcamos debidamente este gesto de Dios como “padre” hacia nosotros.

Por contraposición a la intervención de Moisés, el pan que Dios nos da viene cualificado de “verdadero”; de auténtico podríamos decir; capaz de generar vida en quien lo come: es “verdadero”. Tanto más “verdadero” cuanto que es “del cielo”, es decir “celeste”; en otras palabras, generador de vida celeste, de engendrar en nosotros vida divina, la misma vida de Dios. Viene del Padre a nosotros en Cristo Jesús, autodenominado “Pan de la Vida”. Es realmente el Verdadero. No es extraño que el mismo Jesús se autoproclame dador de la vida eterna: “Y lo resucitaré en el último día”. Viene del Padre y nos lleva al Padre: “Nadie va al Padre si no es por mí”, afirma Jesús. Esto nos entronca con la frase, también lapidaria, del evangelio del día 8: “Yo soy el Pan de Vida, y el pan que yo le daré es mi carne por la vida del mundo”. Un “Yo” enfático, como suele ser en Juan. Jesús proclama quien es, “el Pan de Vida”, y nos introduce en la comprensión del modo en que lo ha conseguido: “dando su carne por salvación de mundo”. No hay duda de que el término “carne” hace referencia a su condición humana, como ya apareció en el Prólogo de este evangelio: “El Verbo se hizo carne”, que traducimos por “El verbo se hizo hombre”. Hombre en condición de padecer y morir. 

La comunión, por tanto, nos introduce en el misterio de Cristo que murió por nosotros. El “Yo” del Padre y el “Yo” de Cristo se comunican con el diminuto “yo” del ser humano, haciéndolo partícipe de la comunión que hay entre ellos, viéndose inmerso en el gesto de Jesús de dar la vida por nosotros. ¿Cómo entrar en comunión salvadora con Cristo sin compartir con él la obediencia al Padre y el amor al prójimo que él rubricó con su muerte, “carne por la vida del mundo”? Es lo que viene a dar remate la expresión de Pedro en el domingo 21: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” La comunión con Cristo nos interpela, por tanto, a un seguimiento a su persona que, mediante  la fe en su palabra e identificados misteriosamente con él, nos lanza a la posesión de la vida eterna. En comunión salvadora, consecuentemente, con toda la Iglesia; pues, articulados vitalmente unos con otros – “La carne del señor por la salvación del mudo”-, entramos a formar pate de la gran familia de Dios, la Iglesia, el Cuerpo de Cristo. Cuerpo de Cristo, edificado, por el Espíritu, sobre el cuerpo de Cristo entregado por  nosotros. La entrega del Padre, amorosa como es; la entrega del Hijo, en comunión con la del Padre, creará en nosotros una entrega de nosotros mismos en comunión con ellos, para edificación de la eterna ciudad de Dios. Dios sea bendito.


Foto principal: El padre Charles Caccavale eleva la hostia y el cáliz durante la misa en el Seminario Preparatorio de la Catedral en Elmhurst, Nueva York. (CNS foto/Gregory A. Shemitz)

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