Toda vida merece nuestra protección y cuidado
Mis queridas hermanas y hermanos en Cristo,
Toda vida es sagrada, especialmente la de los más vulnerables— ancianos, enfermos, discapacitados y no nacidos. Toda vida es sagrada, desde el momento de la concepción hasta el de la muerte natural. Incluso las vidas de infames criminales, terroristas y asesinos psicópatas deben ser respetadas porque toda vida es sagrada….
En la sociedad actual—e incluso en la Iglesia—buscamos con demasiada frecuencia excepciones a este principio fundamental de nuestra fe cristiana. Sabemos que la vida es sagrada, pero ¿no hay momentos en los que debemos suavizar nuestra postura? La defensa propia es sin duda un ejemplo de una situación en la que está bien quitar la vida a otro.
Incluso la defensa propia, que es una excepción moralmente aceptable, es una tragedia, un acto de violencia causado por quien nos obliga a defendernos. La defensa propia es permisible, incluso necesaria a veces, pero no está “bien”. Cada vez que se elimina una vida humana, la santidad de la vida se ve disminuida.
¿Y en casos extremos, como violación o incesto? ¿No está permitido el aborto (aunque sea lamentable) en esas circunstancias? ¿Y los asesinos en serie? ¿No es la pena capital la forma más segura de garantizar el bien común?
¿Qué pasa con las situaciones al final de la vida o enfermedades terminales en las que no parece existir “calidad de vida”? ¿No es un acto de misericordia ayudar a alguien a “morir con dignidad” o a escapar de un dolor insoportable?
No. Toda vida es sagrada (es decir, santa, de Dios).
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