Cardinal Tobin: Nos sentimos consolados e incomodos, por la venida del Señor
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
En este tiempo de alegría, volvemos a ser conscientes de que Dios está más cerca de nosotros de lo que nos atrevemos a admitir. Por la encarnación de Jesús, el Verbo hecho carne, el Dios inmenso, omnipotente y omnisciente que creó el universo se ha convertido en Emanuel (Dios-con-nosotros). La intervención más profunda de Dios en la historia de la humanidad—y en la vida de cada uno de nosotros—demuestra sin lugar a dudas cuánto se preocupa Dios por nosotros.
El hecho de que Jesús nazca tan humildemente, en un establo rodeado de su amorosa familia y de marginados sociales (pastores) y animales domésticos, es un escándalo según cualquier criterio humano. Estamos condicionados a buscar a Dios entre los ricos y poderosos, la “gente importante” que gobierna nuestra sociedad, que impulsa nuestra economía y que controla instituciones de influencia como los medios de comunicación, nuestras empresas, escuelas, instituciones de servicios sociales y culturales y, sí, la Iglesia.
Pero Dios nos sorprende. Dios invierte nuestros valores, mostrándonos que los primeros serán los últimos, los humildes serán elevados, los ricos serán despedidos con las manos vacías y los pobres heredarán la Tierra y todos sus tesoros.
Los caminos de Dios no son nuestros caminos. Lo alto es bajo. Lo rico es pobre. El poder es servicio. Estos son los caminos de Dios, no nuestros caminos. La más asombrosa de todas las paradojas divinas es el hecho de que el Dios todopoderoso venga a nosotros en la absoluta vulnerabilidad de un recién nacido, que no puede hacer nada por sí mismo y depende completamente de los cuidados amorosos que recibe de su madre, María, y de su padre adoptivo, José.
Jesús, que es a la vez divino y humano, puede ser sostenido en brazos de sus padres, amamantado por su madre, protegido por su padre y resguardado de los elementos por un simple establo. Su vida puede verse amenazada por un déspota celoso y cruel que masacra a los inocentes, y tras escapar por poco y verse obligado a huir a otro país como refugiado sin hogar, puede regresar a su tierra natal para “crecer en sabiduría, edad y gracia” en una comunidad que le nutre y apoya a él y a su familia según la antigua fe de Israel.
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