María siempre virgen, festejada en Mayo y todo el año

Cuenta mi hermano en religión, misionero por largo tiempo en las Islas Filipinas, la siguiente curiosa anécdota:

Día de fiesta, de fiesta mariana: procesión, cantos, rezos, muchedumbre piadosa, alabanzas al Señor y marcadamente a su santa Madre; en concreto, bajo el título de Ntra. Señora de Lourdes. La imagen iba conducida en un pequeño carruaje por un grupo de señoras pertenecientes a la “cofradía” que llevaba ese nombre. Todo en paz, en buen orden y santa devoción. Pero, he aquí que en un momento dado, quizás por descuido de las portadoras o por la irregularidad del terreno, la imagen se tambalea y amenaza caer al suelo. Ante tal situación, de en medio del pueblo, a modo de sollozo, una petición de auxilio: “¡Virgen del Carmen, salva a la Virgen de Lourdes!”.  Tierna espontaneidad; ¿un tanto infantil? Nada la vamos a privar de la ternura y devoción a la Santísima Virgen María con la crítica a tal expresión; pero sí nos vamos a detener en la chocante infantilidad de la petición: “Salva a la Virgen de Lourdes”.

Da la impresión, y es la que yo frecuentemente recibo, de que pesa tanto en la devoción de algunas gentes el “título” de la advocación mariana – de este país, de esta nación, de esta ciudad … -, que amenaza poner un tanto en oscuro la devoción a la misma persona que se esconde tras el título de la advocación. Y eso es, a mi parecer, desvirtuar, aunque levemente quizás, la devoción: corremos el peligro de centrar nuestra veneración más en el título que ostenta la imagen que en la persona que la representa, nuestra Señora. ¿No hay en ello excesiva coloración personal o nacionalista con menoscabo de lo común y universal? Yo, por ejemplo, no me considero con la facultad de presentar, como por encima de todo, la devoción a la Virgen de mi convento en España, con “La Virgen Blanca”, tratando de hacer comulgar con ruedas de molino a todo fiel de la parroquia que muestre devoción a la Virgen María. Bien está mantener esa relación con el título, como elemento personal de nuestra devoción a la Virgen, dado que así lo vivimos de pequeños; pero hay que desprenderse moderadamente de ello en situaciones distantes de las que vivimos en nuestra infancia; porque estamos aquí y ahora, y no allí y entonces. La Virgen sigue siendo la misma y buscamos en la devoción la comunión con otros fieles, no la imposición de la titulación de nuestra “devoción” a otras gentes.

 Conviene señalar, a propósito de esto, la carencia que a veces se observa en la formación de nuestro pueblo respecto a las celebraciones litúrgicas, especialmente marianas: sobre el contenido, la motivación y el impacto de ellas en nuestra religiosidad católica. Así, por ejemplo, si celebramos la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, no me limitaré tan solo a fomentar la devoción, que decimos, a María, sino que, dando un paso más, trataré de ofrecer el contenido o motivo que distingue esta celebración de otras: la acción salvadora de Dios en Cristo, la relación con éste último, la implicación y sentido en María personalmente, el impacto en la Iglesia y en cada uno de los fieles que la integran; porque esa pureza original en María, aplicado a los fieles, va a ser nuestro destino y posesión cuando veamos a Dios cara a cara, y eso es también, sin duda alguna, motivo de celebración. Y lo que uno dice de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, ha de extenderse a Solemnidad del la Asunción de María a los cielos, de  su Maternidad Divina, de la Encarnación del Dios en su seno (Anunciación) etc., con el impacto de semejante intervención de Dios en nosotros, cuerpo de Cristo. Profundicemos en nuestra fe y la viviremos con más gozo y sentido.

Feature image: A statue of Mary and the Christ Child is pictured outside a Maryland Catholic church June 17, 2021. (CNS photo/Bob Roller)

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