Durante 10 años, el Papa Francisco nos ha desafiado a ir más allá de nuestra zona de confort
Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo,
El 13 de marzo, el Papa Francisco celebró el décimo aniversario de su elección como Obispo de Roma. En la década que ha transcurrido, hemos llegado a conocerle como un hombre de humildad y un apasionado defensor de los pobres y los miembros marginados de la familia de Dios.
Hay algo profético en el Papa Francisco. Imaginen a Juan el Bautista con una sonrisa sincera predicando la “infinita misericordia” de Dios. El no duda en llamar la atención sobre las formas en que somos blandos, perezosos o autoindulgentes, pero lo hace de manera que nos da esperanza y aliento.
Estamos llamados a ser mejores, dice el Santo Padre. Estamos llamados a hacer más — y a ser más — que simplemente quedarnos dentro, donde estamos seguros y cómodos. Estamos llamados a “salir de nuestra propia comodidad” para ser discípulos misioneros de Cristo (“Evangelii Gaudium”, # 20).
Tendemos a pensar que los misioneros son otras personas (no nosotros), que tienen una vocación especial y dones únicos. Hemos llegado a pensar que los misioneros son clérigos, religiosos consagrados, o laicos que viajan a tierras lejanas y soportan muchas dificultades para predicar el Evangelio a quienes no conocen a Jesucristo.
El Papa Francisco nos dice que esta imagen no es errónea, pero es incompleta. Todos estamos llamados a ser misioneros, discípulos de Jesucristo que llevan su Buena Nueva a los demás—en nuestros hogares y lugares de trabajo, en nuestras parroquias y vecindarios, y en nuestras contribuciones personales de tiempo, talento y tesoro a la misión mundial de la Iglesia.
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