Tenga diálogos respetuosos con personas que tienen perspectivas diferentes a las suyas
Mis queridas hermanos y hermanas en Cristo,
El proceso sinodal plurianual en el que estamos participando como miembros de la Iglesia Universal nos compromete a un triple testimonio de encuentro, escucha atenta y discernimiento de la voluntad de Dios para nosotros. El encuentro ocurre cuando nos abrimos a la gracia de Dios y dejamos que otros (Dios y nuestro prójimo) entren en nuestras vidas. En lugar de atrincherarnos detrás de puertas cerradas y negarnos a permitir que alguien sea testigo de nuestra vulnerabilidad, asumimos el riesgo de ver a los demás como son, y permitir que lleguen a conocernos como realmente somos.
Cada vez que meditamos en la Palabra de Dios en las Escrituras, invitamos a la experiencia de un encuentro genuino. Cada vez que recibimos a Jesús en la Eucaristía, lo aceptamos en nuestros corazones tan humanos, y aceptamos la responsabilidad de compartirlo con los demás. Cada vez que servimos a nuestros hermanos y hermanas en el nombre de Jesús, los encontramos no como extraños, sino como compañeros de viaje en nuestra marcha común hacia una vida mejor, ahora y en el mundo venidero.
La escucha atenta a veces parece un arte perdido. La Palabra de Dios se deja de lado con demasiada frecuencia en favor de cualquier voz que hable en nuestra cultura, ofreciendo la última versión de las verdades morales y sociales como si la Sabiduría fuera una fantasía pasajera que va y viene con el cambio de estaciones. Las Sagradas Escrituras nos invitan y nos desafían a reflexionar sobre la sabiduría eterna que nos ha sido transmitida a través de la enseñanza de nuestra Iglesia mientras medita en la Santa Palabra de Dios.
Con demasiada frecuencia insistimos en hacer oír nuestras propias voces hasta el punto de olvidar, o negarnos a escuchar, lo que otros tienen que decir. Esta falta de diálogo respetuoso hace un flaco favor a las personas que están tratando de compartir sus experiencias y convicciones con nosotros. Cuando no escuchamos, cuando insistimos en que nuestro propio punto de vista es el único válido, y recurrimos a insultos o burlas despectivas, deshonramos a nuestras propias hermanas y hermanos simplemente porque ven el mundo de manera diferente a nosotros. Incluso cuando creemos que objetivamente tenemos razón en un tema determinado, negarse a reconocer los puntos de vista y la perspectiva de otros limita nuestra capacidad de comprender la importancia del problema para ellos. También nos hace intransigentes y endurece nuestros corazones. No puede haber paz genuina entre nosotros si no podemos hablar unos con otros civilmente y con respeto mutuo.
Al final, como dicen las Escrituras, todos somos una persona en Cristo (Gal 3:28), y nuestro desafío común es discernir la voluntad de Dios para nosotros como individuos, familias y comunidades. Las diferencias entre nosotros están destinadas a enriquecer nuestros esfuerzos para promover el bien común. No están destinadas a dividirnos en facciones en guerra que no pueden trabajar juntas. Si prestamos atención a la Palabra de Dios, y si entablamos un diálogo respetuoso con aquellos que ven las cosas de manera diferente, tenemos muchas más posibilidades de discernir la voluntad de Dios para nosotros y trabajar juntos para construir un mundo caracterizado por la justicia, la paz y la armonía entre diversos pueblos y culturas.
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