La formación es necesaria para mantener la cultura y la espiritualidad sinodal

Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo,

Mientras sigo reflexionando sobre los temas que se nos presentan en el Instrumentum Laboris (Documento de Trabajo) para el Sínodo de los Obispos sobre la sinodalidad en Roma del 4 al 29 de octubre de 2023, está claro que es necesaria una “formación adecuada” para sostener una cultura y una espiritualidad sinodales en la manera en que nos organizamos para llevar a cabo la misión de la Iglesia.

Sin el tipo de formación que verdaderamente moldea nuestras mentes, corazones y espíritu para conformarlos a Cristo, no podemos proclamar eficazmente la Buena Nueva a los demás. Todos estamos llamados a ser misioneros—a llevar la Palabra de Dios a personas y lugares que nos son ajenos (aunque estén muy cerca de casa). Como deja claro el Documento de Trabajo del Sínodo:

Son necesarias una cultura y una espiritualidad sinodales, animadas por un deseo de conversión y sostenidas por una adecuada formación. La necesidad de formación no se limita a la actualización de contenidos, sino que tiene un alcance integral, afectando a todas las capacidades y disposiciones de la persona, orientación misionera, capacidad de relacionarse y de construir comunidad, disposición a la escucha espiritual y familiaridad con el discernimiento personal y comunitario. También son necesarias, paciencia, perseverancia y libertad para hablar la verdad (parresía).

Se necesita mucha paciencia y perseverancia para compartir con otros verdades que son incómodas o que amenazan el status quo. Por eso, la preparación para el discipulado misionero implica mucho más que la formación intelectual. La evangelización es algo más que saber lo que hay que decir. Implica conocer a las personas y las culturas que estamos evangelizando, escuchar sus preocupaciones, aceptar a los demás como hijos de Dios (incluso cuando dicen y hacen cosas con las que no estamos de acuerdo). No podemos compartir eficazmente el mensaje del Evangelio a menos que nosotros mismos lo hayamos aceptado y hayamos reconocido ante Dios nuestra propia insuficiencia como líderes y evangelizadores corresponsables.

Como discípulos misioneros de Jesucristo, debemos buscar una conversión continua de vida y estar abiertos a cambiar nuestra forma de ver y hacer las cosas para poder ser fieles a nuestra vocación. Esto no significa sacrificar nada sustancial o “diluir” lo que creemos. Al contrario, significa estar dispuestos a decir la verdad con valentía, respetando la dignidad de quienes no comparten nuestras creencias—sin imponer nada a los demás, sino invitándoles siempre con confianza y sin pedir disculpas a considerar en oración el poder liberador de la Palabra de Dios.

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