El Cardenal Tobin reflexiona sobre el papel de las mujeres y los hombres consagrados

Mis queridas hermanas y hermanos en Cristo,

Ayer, 2 de febrero, la Iglesia celebró la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Instituida por San Juan Pablo II en 1997, esta celebración quiere ser un día de especial gratitud a Dios por las personas consagradas a Dios por los votos de castidad, pobreza y obediencia. Doy gracias a Dios por las muchas maneras en que las mujeres y los hombres consagrados enriquecen la Archidiócesis de Newark.

Todos los cristianos bautizados están llamados a observar las virtudes de castidad, pobreza y obediencia, los tres consejos evangélicos. La pureza de corazón, la pobreza de espíritu y la apertura a la voluntad de Dios son fundamentales para la vida cristiana. Nos permiten vivir sin egoísmo y, por la gracia del Espíritu Santo, seguir a Jesús como discípulos misioneros comprometidos a llevar a cabo la misión que Él nos ha confiado.

A través de la historia cristiana, algunos hombres y mujeres han experimentado una llamada particular a consagrar sus vidas a una búsqueda intensa y concentrada de estas virtudes. Como señala el Catecismo de la Iglesia Católica (# 916):

El estado de vida consagrada aparece por consiguiente como una de las maneras de vivir una consagración “más íntima” que tiene su raíz en el Bautismo y se dedica totalmente a Dios. En la vida consagrada, los fieles de Cristo se proponen, bajo la moción del Espíritu Santo, seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios amado por encima de todo y, persiguiendo la perfección de la caridad en el servicio del Reino, significar y proclamar en la Iglesia la gloria del mundo futuro.

Todos están llamados a la santidad, y en este sentido ningún estado de vida en la Iglesia es mejor que otro. Y, sin embargo, nuestra Iglesia se enriquece con una maravillosa diversidad de modos de vivir el Evangelio y dar testimonio de la Luz de Cristo, que la Escritura llama “La luz que alumbrará a las naciones y que será la gloria de tu pueblo Israel” (cf. Lc 2, 29-32). El Catecismo (# 917) describe la Vida Consagrada como “un gran árbol lleno de ramas”, y habla de este árbol como “ramificado en diversas formas de vida religiosa vividas en soledad o en comunidad…. en las que se multiplican los recursos espirituales para el progreso en la santidad de sus miembros y para el bien de todo el Cuerpo de Cristo”.

Continúe leyendo el último boletín del Cardenal Joseph Tobin

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